domingo, 23 de junio de 2013

Subo en el ascensor.
Ha cambiado mucho, es mas modernos, más chic y tiene un hilo musical de lo más molesto.
Pero estos pocos metros cuadrados se convirtieron en el punto de partida de mi vida adulta. Los recuerdos me golpean la cara como una bofetada.
Me transportan sin mi permiso diez años atrás, como una cruel máquina del tiempo.

Después de mi humillante declaración amorosa desaparecí durante una semana de las oficinas. No quería verle. No quería volver a enfrentarme con su indiferencia.
Pero mi padre no consiguió todo esto sin perseverancia. Al final me quedé sin excusas y reuní el valor suficiente.
Para una vez que mi padre estaba contento con mi trabajo no iba a decepcionarlo de nuevo escondiéndome en casa.

Tres días estuvimos sentados frente a frente sin dirigirnos la palabra, ni una mirada. Como si no existiéramos el uno para el otro. Nadie se dio cuenta. Nadie vio esa tensión que me asfixiaba cada vez que él tomaba la palabra.
Ni siquiera mi padre, que tenía un sexto sentido para las debilidades ajenas.

Al cuarto día decidí hacer honor a mi apellido y enfrentarme a mi bestia personal.
Vi como se subía solo en el ascensor y corrí para meterme en el ultimo segundo, para que no pudiera escapar de mi.
Takeshi el hombre sin sentimientos temblaba como un niño. Me miró casi con miedo, como si no pudiera hablar sin que algo se le rompiera por dentro. Entonces me dí cuenta de que había heredado la habilidad de mi padre para detectar las debilidades ajenas.
Y que la debilidad del primogénito de los Hokusai era ni más ni menos que yo.
Me reí.
Me sentí fuerte y poderosa por primera vez en mi vida, por primera vez en su presencia.
Le apoyé la mano en el pecho, esta vez quería ir sobre seguro. Comprobé que su corazón latía más rápido que el mío y ya no me disculpé por mi declaración de aquella noche.
Ni le besé.
No hice nada. 
Le miré sonriendo.
- Ahora te toca a ti.- murmuré.
Él negó con la cabeza. Pero ya entonces sabía, lo supo desde siempre (eso me dijo mucho después), que yo destrozaría todos sus planes y le volvería loco. A él que tanto valoraba la tranquilidad, las tradiciones, lo correcto.
Vino a mí, si, pero se equivocaba en algo. La que salió peor parada fui yo.


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