miércoles, 10 de abril de 2013

Durante los días siguientes pasé la mayor parte de mi duelo en la cocina de Yoko, mi madre japonesa.
Ocultándome de los pésames y la hipocresía de los innumerables conocidos de mis padres.
Yoko vino a vivir con nosotros cuando mi hermano nació y se quedó para siempre. Incluso cuando nos hicimos mayores y dejamos de necesitar una nany.
Es una más de la familia, desde el principio se convirtió en una devota amiga de mamá y a medida que nos hicimos mayores en nuestra más fiel confidente.
Ella recogió mis pedazos en lo que ahora me parece otra vida. Ahora, de nuevo con su serenidad y sabiduría, vuelve a intentar unir los trozos de la niña que crió que sigue viendo en mí.

Por aquél entonces fue a buscarme a la casa del maestro de tebori. Fui a donde me había llevado mi padre años antes dispuesta a tatuarme a "Kiyo Hime", una muchacha enamorada de un monje budista que ante el desprecio de su amado enloqueció y se transformó en un monstruo terrible. Ahora siento vergüenza al recordarlo. Solo puedo decir en mi defensa que tenía diecinueve años y estaba loca de dolor.
Siempre le agradeceré a Yoko que se presentara y me sacara casi por los pelos de esa casa antes de que empezaran a tatuarme.
Yoko y su red de informadores, seguramente el maestro nunca tuvo intención de tatuarme, no tatuaba a cualquiera, menos aún a una niña despechada.

Fue ella la que me empujó a irme, la que me susurró; quédate y llora o márchate y vive. Opté por vivir, no pretendía ser la protagonista de una novela dramática, languideciendo eternamente.

Yoko siempre sabe mucho más de lo que cuenta.
Calla demasiado y precisamente por eso todos confían en ella. Hasta mi padre se fiaba de ella, él que no confiaba en nadie.

- No fue al entierro de mi padre, que falta de respeto.- llevo días queriendo sacar el tema, pero no sabía como hacerlo, temía decepcionarla nombrándole, demostrando que a pesar del tiempo y la distancia no había logrado pasar página.- ¿ya no vive en Tokio?
- ¿Quién?
- No me trates como a una imbécil, sabes de quien te hablo.
- No te comportes como una imbécil y no te trataré como tal.
- No me has contestado.
- Ni lo haré.- sigue cortando verduras, cocinando como si no pasara nada.
- Tengo derecho...
- ¿ A qué? ¿a seguir torturándote después de diez años?
- Si, soy mayor, ¿no crees? quiero saber porqué no estaba con su padre en el funeral, él que tanto respetaba a papá, que lo respetaba más que a mi.
- De acuerdo, eres adulta, una adulta imbécil, pero una adulta. No estaba en el funeral con su padre porque ya no es parte de esa familia, no es la persona que conociste y hasta donde yo sé sigue viviendo en Tokio. No, no preguntes más, no voy a volver a hablar de él nunca más.

No seguí preguntando, cuando Yoko dice que no va a hablar más y se concentra en la cocina no hay lugar a la negociación.
Sin embargo tengo que saber.
Jamás he conocido a nadie tan responsable y respetuoso con la familia y las tradiciones como él.
No me entra en la cabeza un motivo, lo suficientemente grave, como para que lo hiciera cambiar hasta el punto de separarse de su familia.
Debió de perder la cabeza.
No puedo imaginarlo vagando por Tokio sin familia, sin ese apellido que lo era todo para él.
Tampoco puedo imaginar qué pudo ocurrir para que el Señor Hokusai renunciara a su primogénito, su hijo predilecto, el heredero de su estirpe.




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